Señalamos contradicciones en redes: esa persona que critica el engagement mientras termina con "dale like y comparte". La ironía nos hace sonreír.
Pero espera.
Anoche critiqué a un amigo por revisar su teléfono durante la cena. Esta mañana, en una reunión importante, revisé el mío tres veces "porque era urgente".
Los puntos ciegos no son territorios exclusivos de otros. Son mapas que todos cargamos. Y en la era de la IA generativa, estos territorios se han expandido exponencialmente.
Con un asistente inteligente a un clic de distancia, es fácil convertirnos en expertos instantáneos. Opinamos con aparente autoridad sobre economía por la mañana y neurociencia por la tarde. La tecnología nos da voz, pero no necesariamente profundidad.
Esta falsa confianza es el nuevo punto ciego colectivo.
Detectamos la hipocresía ajena con precisión quirúrgica mientras nuestras propias inconsistencias se esconden en "excepciones razonables". La crítica es instintiva; la autocrítica requiere valentía.
Lo que hace que este ciclo sea especialmente fascinante hoy es cómo lo amplificamos colectivamente. Cuando alguien publica una crítica llena de contradicciones internas, los comentarios no señalan la incongruencia. En cambio, explotan con validación: "¡Se tuvo que decir y se dijo!" Y así, un círculo de validación ciega refuerza exactamente la misma conducta que supuestamente estamos criticando.
No es hipocresía malintencionada. Es humanidad potenciada por tecnología.
El verdadero cambio comienza cuando antes de señalar con el dedo nos preguntamos: "¿Dónde caigo yo en la misma trampa?" Cuando reconocemos que nuestras opiniones "bien informadas" podrían ser simplemente ecos amplificados.
¿Y si nuestra próxima crítica viniera acompañada de una honesta mirada al espejo?