Tyler Johnston y dos organizaciones sin fines de lucro acaban de publicar "The OpenAI Files", el compendio más completo hasta la fecha sobre las prácticas internas de OpenAI. Más de 50 páginas y 10,000 palabras que documentan la transformación de la empresa desde laboratorio de investigación sin fines de lucro hasta el gigante comercial que conocemos hoy.
El reporte no trae revelaciones bombásticas, pero sí algo más valioso: contexto organizado. Utilizando información pública como divulgaciones corporativas, quejas legales y reportes mediáticos, los autores tejen una narrativa sobre conflictos de interés, estructura corporativa opaca y la brecha entre las promesas originales de OpenAI y su realidad actual.
Lo más revelador son los potenciales conflictos de interés de Sam Altman. Su portafolio de inversiones incluye empresas como Retro Biosciences, Helion Energy, Reddit y Stripe, muchas con relaciones comerciales directas o indirectas con OpenAI. No es ilegal, pero plantea preguntas incómodas sobre toma de decisiones corporativas.
Este reporte importa menos por lo que revela sobre OpenAI y más por lo que representa para toda la industria. Si la empresa más visible en IA generativa enfrenta este nivel de escrutinio sobre transparencia y gobernanza, ¿qué estándar estamos estableciendo para el resto del ecosistema? La pregunta no es si OpenAI es malo o bueno, sino si estamos construyendo una industria con los fundamentos éticos adecuados.
El mensaje implícito es claro: la autorregulación en IA necesita algo más que buenas intenciones. Necesita estructuras, transparencia y accountability real. Y eso empieza por admitir que incluso las mejores intenciones pueden desviarse cuando hay billones de dólares en juego.