He pasado el último año escribiendo sobre inteligencia artificial. Sobre cómo puede potenciar lo mejor de nosotros. Sobre el tecnohumanismo.
Pero también he visto el circo.
Los vendedores de humo que en público dicen que es estúpido pensar que la IA puede reemplazar personas, mientras en privado le venden exactamente eso a las empresas.
El ruido constante de quienes confunden novedad con valor.
Las notificaciones que prometen insights revolucionarios y entregan lugares comunes envueltos en jerga técnica.
Así que decidí algo radical.
Apagué todo.
Sin pantallas. Sin notificaciones. Sin algoritmos prometiendo optimizar mi día.
Y en ese silencio, algo extraordinario pasó.
Cuarenta y tres años esperando ver a la Juventus en vivo. El jueves pasado, bajo la lluvia de Orlando, finalmente sucedió. Al lado de mi hija de doce años, que heredó esta locura hermosa sin preguntarle si quería.
Manchester City 5, Juventus 2.
Perdimos el partido.
Ganamos algo que ningún algoritmo puede entregar.
Los hinchas del fan club de Central Florida nos adoptaron como si nos conocieran de toda la vida. Delante nuestro, la barra oficial. Detrás, una familia japonesa cantando en italiano. Alemanes, argentinos, colombianos, todos unidos por el mismo amor irracional.
Violeta gritó "Fino alla fine" con una pasión que no aparece en ningún prompt.
Comenzó a las 9 de la mañana en el Village. David Trezeguet, leyenda viviente, firmando autógrafos. Violeta estrechó la mano de alguien que para ella era solo historia. Trezegol jugó con la Juve cuando ella ni siquiera había nacido.
Pero ahí estaba, real y presente.
Conectando generaciones a través de los mismos colores.
Seis horas después, bajo la lluvia del estadio, una derrota que dolió menos que cualquier victoria optimizada.
Porque cuando apagas el ruido externo, puedes ver las conexiones reales.
Con extraños que se vuelven familia en noventa minutos.
Con pasiones que trascienden geografías y generaciones.
Con momentos que no necesitan ser medidos, analizados o monetizados para tener valor.
Esto es lo que ninguna máquina puede entender: la irracionalidad hermosa de amar algo que duele. De esperar cuarenta y tres años por algo que no sale como esperabas. De gritar bajo la lluvia y sentir que perteneces.
El verdadero valor no está en el ruido que hacemos sobre la tecnología.
Está en saber cuándo apagarla.
¿Cuándo fue la última vez que apagaste las notificaciones y encendiste algo real?